¿Qué sentido tiene siquiera que me lo plantee? No habrá diferencia alguna. No creo que haya tomado ninguna decisión en toda mi vida. Podría fácilmente elevarme en el aire, ascender hasta cortar aquella aciaga trayectoria y ser el héroe del día. Pero, ¿debería? O, mejor dicho: ¿tendría mérito alguno si me decidiese a hacerlo? Mi tierra me ha dado la capacidad para ello. He entrenado mi habilidad desde que la descubrí, cuando apenas podía aún sostenerme en pie. Ni tan siquiera supondría un reto para mi psique, cuanto menos para mis músculos que no trabajarían más de lo que lo hacen ahora, estando de pie.
Todos los sistemas fallaban, no quedaba duda alguna a poco que atisbaras la multitud de luces rojas que parpadeaban arrítmicamente. Cualquier pasajero lo habría adivinado; para el piloto era más que evidente. Aquel planeta parecía atraerlos como si estuviera sediento de ellos. Toda esperanza se disipó cuando la melodía lumínica cesó. La calma se apoderó de los controles y todo podría haber parecido en orden de no ser por el ensordecedor sonido que aún describía la nave en su caída libre.
Todo se detuvo súbitamente. Él lo había logrado, una vez más. El sonido dejó paso a más blanco silencio. La gravedad a la quietud de la levitación. Quien mirara por uno de los pequeños ventanucos del navío vería a su salvador, suspendido en el aire con un brazo extendido hacia ellos.
Ya ha sido escrito. Y antes imaginado. No he sido yo, sino la pluma sobre el papel quien ha tomado la decisión. ¿Para qué plantearme nada? No hubiera habido diferencia alguna. Nunca jamás tomé una decisión.
jueves, 27 de septiembre de 2018
miércoles, 26 de septiembre de 2018
Lastre
Llevaba demasiado tiempo esperando aquello. Junto a
él pendía un calendario con todos los días tachados, todos salvo el presente.
Su estómago, vacío tan de mañana, bullía incesantemente. No tenía hambre ni
esperaba tenerla. El día había llegado y él no parecía estar preparado.
Se
levantó en un esfuerzo sobrehumano. Al erguirse sobre la cama, notó con sus
pies la maleta junto a su lecho. Maleta que aún no sabía cómo había logrado
hacer la noche anterior. Dirigiéndose a la cocina, se autoconvenció de que
debía tomar algo, aunque sólo fuera un café para acabar de espabilarse. Debía
estar a la altura de aquel día, pues el momento había llegado. Sin embargo nada
en él parecía dispuesto para lo que estaba por llegar. La cama aún le llamaba,
podía oírla desde el otro lado de la casa. Aún pesaban sobre él las sábanas.
Sus párpados no parecían querer elevarse por mucho tiempo. Sorbió el café poco
a poco hasta que se hubo despertado del todo.
Abrió los ojos y se levantó.
De nuevo sus pies golpearon la maleta. La asió y cargó con ella, con las
sábanas, con sus párpados. Recorrió el túnel y entró en el avión. El día había
llegado.
viernes, 17 de agosto de 2018
Nudos en la garganta
Existen nudos de garganta, cerrándose tan fuertemente, que capaces son de retener cualquier cosa. No dejan escapar el aire, sólo resuellos que ni a formar palabras alcanza. No dejan pasar, más allá de su entuerto, ni la más mísera gota de sangre. Tus brazos se entumecen, tus muñecas dejan de responder y tus dedos ya no se mueven al son de sus pensamientos. Ese nudo retiene ante sí, cuan muro de acero, cada sentimiento, pensamiento y manifestación del alma que de tu cerebro brota. Detiene tus ideas hechas palabras, hechas de aire o tinta, mas palabras.
Maldita sean esos nudos que paralizan, que silencian completamente. Ni tus labios se mueven, ni tus gestos expresan nada, ni siquiera puedes escribir lo que sientes, pese a tener las manos liberadas. Sólo tus ojos alcanzan a decir algo, vagamente. Son nudos que detienen aire, tinta y sangre. Que emponzoñan tu mente con pensamientos estancados que pronto serán olvidados.
Bendita esa mano de gracia marinera que a desatar el embrollo llega. Que se aferra a tu garganta para devolver el flujo que ella mismo cortó. Que devuelve el aliento a tu boca, la pluma a tu mano y la sonrisa a tu rostro.
Porque el río debe seguir su curso para correr claro y sereno, retén cerca tuya a esas sanadoras manos. Pues los nudos volverán y el ahogo con ellos, pero fluir el río debe, sin cese.
Maldita sean esos nudos que paralizan, que silencian completamente. Ni tus labios se mueven, ni tus gestos expresan nada, ni siquiera puedes escribir lo que sientes, pese a tener las manos liberadas. Sólo tus ojos alcanzan a decir algo, vagamente. Son nudos que detienen aire, tinta y sangre. Que emponzoñan tu mente con pensamientos estancados que pronto serán olvidados.
Bendita esa mano de gracia marinera que a desatar el embrollo llega. Que se aferra a tu garganta para devolver el flujo que ella mismo cortó. Que devuelve el aliento a tu boca, la pluma a tu mano y la sonrisa a tu rostro.
Porque el río debe seguir su curso para correr claro y sereno, retén cerca tuya a esas sanadoras manos. Pues los nudos volverán y el ahogo con ellos, pero fluir el río debe, sin cese.
En calma
Frente a mí, inerte, el hombre al que acababa de matar. Mi cara reflejaba el dolor más agudo. Estaba fuera de mí, con los ojos desencajados, abstrayéndome de aquella escena. En mi interior permanecía sereno. Sabía que había sido en defensa propia y no tenía el más mínimo remordimiento por lo que acababa de hacer.
Fingí como mejor sé, que no es poco. Fingí arrepentimiento, pesar y aflicción. Sabía que era lo que esperaban que sintiera, aunque mi mente siguiera calma.
Fingí como mejor sé, que no es poco. Fingí arrepentimiento, pesar y aflicción. Sabía que era lo que esperaban que sintiera, aunque mi mente siguiera calma.
jueves, 16 de agosto de 2018
Ese día te noté a mi lado
Supongo que hasta que no crezca un poco más, endurezca sus rasgos y pierda esa risueña cara, me seguirá recordando a ti.
Era su cumpleaños y él pura energía. No cabía en su piel de la emoción, como cualquier niño a la tan corta edad de cuatro años. Ni dejaba al resto, ni paraba él de hablar. Todos disfrutaban de esa brisa de alegría en forma de sonrisa infantil en una familia que siempre ríe, por muy malos que sean los momentos. Y yo lo hacía el doble, porque no podía evitar ver tu mano sobre él. Un niño que no te recordará, que no te amará, que no te llamará tata; pero uno que te tuvo, que te amó y amaste, y al que cambiaste para siempre.
Era su cumpleaños y él pura energía. No cabía en su piel de la emoción, como cualquier niño a la tan corta edad de cuatro años. Ni dejaba al resto, ni paraba él de hablar. Todos disfrutaban de esa brisa de alegría en forma de sonrisa infantil en una familia que siempre ríe, por muy malos que sean los momentos. Y yo lo hacía el doble, porque no podía evitar ver tu mano sobre él. Un niño que no te recordará, que no te amará, que no te llamará tata; pero uno que te tuvo, que te amó y amaste, y al que cambiaste para siempre.
El mago que no sabía qué era la Cuarta Pared
Tengo 34 años,
pero acabo de nacer.
No, no soy uno de
esos bebés que nacen arrugados y se van estirando, rejuveneciendo con el tiempo.
Soy un joven, un hombre con más tres décadas de existencia, pero hace unos
minutos ni vivía. Quizá como una incipiente idea, gestándose poco a poco hasta
dar forma a mi persona. Pero ser, lo que se dice ser, sólo soy desde que la
primera frase fue escrita aquí. Ni un segundo antes.
A decir verdad, ésta
es sólo una forma simplificada de describirlo. En realidad no acabo de nacer,
sino que nací con 34 años. Nací, en pasado, pero sin especificar porque… bueno,
porque no me acuerdo la verdad. Pero heme aquí, lanzando mi historia para todo
aquel que quiera escucharla, aunque la conozca aún a trozos. Quiero contaros la
historia de una vida que nunca fue, salvo en las entendederas de un ser que ni
alcanzo a comprender. Tampoco hablé nunca con él, ni lo he visto, ni tengo
ninguna prueba física de su existencia. Nunca sabréis con absoluta certeza de
que está ahí, haciendo de titiritero de este joven monigote.
Certeza que yo, sin
embargo, sí tengo.
Finjamos por un
momento que estoy loco de atar, que todo es producto de mi imaginación. Desde
luego, podría explicarse con multitud de dolencias de la mente. Creámonos, por
un instante, que nací hace algo más de 34 años.
Mi padre fue un
prometedor auror del gobierno americano, con un espléndido futuro por delante,
hasta que se enamoró de una muggle. Por aquel entonces, en la comunidad mágica
estadounidense seguían estando mal vistas las relaciones entre magos y muggles,
además de quedar completamente prohibido su unión en matrimonio. Por ello mi
padre, por amor, dejó su vida y su carrera y viajó a Inglaterra, de donde era
su amante. Se casaron y fruto de su unión nací yo.
Supuestamente.
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