jueves, 1 de noviembre de 2012

Damocles invisible

Bajo aquel estrés constante que pendía sobre la Guardia, la atención y esfuerzo de los soldados se centró en su rol vital y principal: la defensa del débil. En esas circunstancias, con la concentración focalizada fuera de las murallas del castillo, nadie podía sospechar, menos averiguar, que algo se urdía en su interior. Con el amparo de los fatigados soldados, ocupados en otras preocupaciones, poco a poco se fue forjando una pesada y lustrosa Espada de Damocles, tan vigorosa y henchida de poder, que incluso aun pendiendo sobre la cabeza de quien lo hacía, su descenso se antojaba implacable. El destino del Reino, el aciago sino de la Guardia y de su máximo mandatario, se tejía con cautela y precisión en las mismas entrañas de aquella tierra, sin la sospecha de ninguno de sus habitantes.

lunes, 22 de octubre de 2012

De tambores y otros corazones

“Pum, pum. Pum, pum.”

Seguía tamborileando.

“Pum, pum. Pum, pum.”

Por más que se esforzaba, no parecía querer aminorar.

“Pum, pum. Pum, pum.”

sábado, 20 de octubre de 2012

Medio lleno o medio vacío

El pesimista ve el vaso medio vacío. El optimista medio lleno. El realista lo ve, sin embargo, completamente lleno: mitad agua, mitad aire.

El pesimista echa de menos lo que ha perdido. Recuerda que no volverá a recuperarlo y desespera hasta tal punto que olvida de la generosa porción de agua que aún le resta.

El optimista olvida la pérdida, olvida el dolor. Se centra en lo que tiene y en lo que puede llegar a hacer con él. Sólo quiere lo que ve, lo invisible lo destierra para siempre.

El realista recuerda. Sabe que donde ahora hay aire, antes hubo agua. No se olvida de la porción perdida de ésta, sino que usa esa memoria para no volver a perder el resto de agua que aún posee. Tampoco olvida al aire, aquel elemento invisible y desconocido que ha sustituido a su preciado líquido. El aire palia el dolor de la pérdida, rellenando el espacio que el agua dejó, a la vez que abre un nuevo abanico de posibilidades ante sí. Sigue en posesión de una suficiente porción de su querido y transparente amigo, a la vez que pretende descubrir qué hacer con el nuevo y misterioso elemento al que no puede ver, oír o saborear, pero que sabe que ahí está. Y sabe también que lo usará para su beneficio, aunque desconozca aún cómo.

viernes, 10 de agosto de 2012

Tambor incansable

Arriadas las velas, la nave bajó sus remos y el tambor comenzó a sonar. Sobre la cabeza del capitán del navío se dibujaba una tormenta, tan imposible de esquivar que decidió cruzar. “El ojo de la tormenta, allí habrá paz”, reflexionó y el repiqueteo del tambor así obedeció. El mar se agitaba con la tempestad pero las palas lo cortaban con bravura igual. El tambor sonaba con mayor presura a las órdenes del capitán. La embarcación se adentró en la tormenta, el ritmo del tambor seguía creciendo, conforme la oscuridad aumentaba a la par. Los vientos se volvieron tan violentos que a punto estuvieron de zozobrar, pero el incansable tambor y los remos que al unísono se movían capearon el temporal.

Cruzada ya la zona de mayor fiereza, que había besado la proa con fuerza, seguían buscando el centro de la tormenta. El tambor sonaba aún ligero, presto a cualquier otro brusco cambio del tiempo. Surcaban las bravas olas, cortaban el turbulento mar, pero no lograban encontrar el ojo de aquella demente tempestad. Ni tan siquiera alcanzaban a vislumbrar el final de tan agónica huida.

El tambor seguía su ritmo incansable. Los brazos del tamborilero podrían seguir así hasta el alba mas, ¿cuánto podría aguantar el pellejo que vibraba tras cada golpe? ¿Cuánto aguantarían las dos docenas de almas que movían los largos remos bajo la tempestad? Ni centro ni fin de la tormenta se atisbaban, pero el tambor no dejaba de sonar.

lunes, 16 de julio de 2012

La Guardia de la Corte

Sala de Reuniones de Capitanes. Una estancia célebre aunque austera, como el resto del Primer Escuadrón. Aquellas cuatro paredes habían acogido a multitud de guerreros de muy diversas personalidades. Alrededor de esa mesa se habían sucedido airadas conversaciones, debates inagotables y alguna que otra pequeña celebración. Bajo ese techo se habían vivido momentos de máxima tensión, momentos ceremoniosos y pocos instantes de relajación. Allí se habían tomado decisiones, se había resuelto el rumbo de la Corte, se había escrito la historia de la Estado. Esas cuatro paredes habían escuchado de todo, porque sobre todo voces, discursos y discusiones habían reinado aquella cámara, retumbando en cada rincón como un eco incansable.

sábado, 23 de junio de 2012

Aquí y Allí

Hoy despertó en un mundo extraño. Allí, hace una década, no fue tan cauteloso. Allí, años atrás, no antepuso la lógica y la amistad a la locura y el romanticismo. Allá maduró antes, aunque no más que aquí, ni mejor. Allí su primer beso se adelantó a un sucio cuartucho del laboratorio de ciencias. Menos bucólico que el atardecer en la playa de acá, sí, pero prematuro, como casi todo todo lo demás allá. Allí dejaron su amistad sin fin a un lado, abrazando aquel nuevo “ellos” con fecha de caducidad.

jueves, 24 de mayo de 2012

Relativo y subjetivo tiempo

El tiempo es una creación de la conciencia, tan relativo como subjetivo. Marcamos qué es el día, qué la noche, cuándo ir a dormir y cuándo despertar. Creamos las semanas, los meses, para poder marcar los cambios en las mareas, las fases de la luna. Delimitamos horas, minutos, segundos, para poder medir el latido del corazón. Pero a veces confundimos conceptos, olvidándonos de esa escala que colocamos tiempo atrás sobre nuestra psique. Los días parecen horas, las semanas años y las horas segundos. Y, entre aquellas viejas paredes que rechinaban bajo la humedad, bajo aquel techo sobre el que se componía la sinfonía de la lluvia, cada latido de su trepidante corazón, se hacía tan largo como una noche de invierno.

jueves, 3 de mayo de 2012

Pecho henchido, mentón erguido.

Caminaba aquel señor con pecho henchido y mentón erguido, orgulloso de su más lustrosa prenda. No tenía reparos en lucir esa tela que resplandecía bajo el sol y que no sólo osaba reflejar sus rayos, sino todo aquello que sobre ella se posara. Cada golpe, cada roce, cada elogio y alabanza sobre él resbalaba, cual gotas de rocío. Se sentía protegido del exterior sin con ello aislarse de éste. Se hallaba imperturbable ante todo y ante todos bajo él. Era al mismo tiempo su más firme escudo y el más cálido de sus mantos.

miércoles, 21 de marzo de 2012

Miradas en el tren

Como no podía ser de otro modo, llegaba tarde. El tiempo, el atmosférico, tampoco ayudaba a la carrera. Tras unos días de adelantado calor, el día había amanecido lluvioso y el bochorno dominabas las calles. Mirada al reloj, pequeño acelerón, nueva mirada al reloj. Sin saber cómo me pierdo en cualquier vano pensamiento para darme cuenta que he bajado el ritmo. Acelero de nuevo tras fustigarme mentalmente para llegar a la estación a la vez que el tren que debía tomar.

jueves, 8 de marzo de 2012

Apoyo quebrado

No hay peor golpe que ése cuando te caes porque tu apoyo se quebró, que el que recibes porque tu escudo se desmaterializó frente a tus ojos.

jueves, 1 de marzo de 2012

Cayendo

El sol había deslumbrado sus ojos, pero no los necesitaba para saber que estaba cayendo. En algún momento de un futuro próximo que no alcanzaba a poder concretar, su espalda daría de bruces contra el suelo. Era un hecho.

No sabía desde que altura se había precipitado ni cuánto llevaba cayendo, pero algo en su cabeza le decía que el viaje estaba siendo muy rápido, demasiado. Tanto que el aterrizaje debería ser fatal, mortal. Sin embargo algo notó bajo su hombro derecho. Al principio sólo era un pequeño roce, pero luego parecía afirmarse aquel contacto que se oponía al movimiento descendente de su cuerpo. A penas había frenado la caída éste, cuando sintió de nuevo otro contacto, esta vez bajo su costado izquierdo. Ni el primero ni el segundo tenían potencial suficiente para evitar el futuro y aparatoso aterrizaje, pero con fuerzas aunadas, la velocidad iba en detrimento.

No fueron dos, ni tres los contactos que se formaron. Infinidad se sucedieron, unos más firmes y vigorosos, otros más duraderos y lábiles. Ninguno consiguió detener la caída pero sí ralentizar el viaje. Sus ojos se recuperaron y comenzaron de nuevo a curiosear lo que les rodeaba. Y ahora, tras tanto contacto anónimo, el súbito desenlace de aquel malcarado viaje no parecía tan malo. Dolería, por supuesto que dolería, pero lograría salir de una pieza gracias a aquellas manos amigas, que no es decir poco.

domingo, 19 de febrero de 2012

Me había levantado tarde aquella mañana

Me había levantado tarde esa mañana. Quedaré luego, ahora toca dormir, me repetía. Con aquel escudo de telas sobre mi cabeza, el tiempo voló. El despertador no dejaba de sonar, pero en mi refugio nada se oía. Único era el sonido acompasado de mi respiración mientras pretendía hacer ver que dormía. Beso aquello que entre mis manos sostengo, eso que tenía junto a mí cuando Morfeo me acogió entre sus brazos. Que tan lejos me transportaba aquel minúsculo objeto, sólo yo podía saberlo. No hacia falta mirarlo, sólo recorrerlo entre mis dedos, para poder verlo en mi mente con todo detalle. Tuve que alejarlo de mí para evitar volver a besarlo. ¿Qué iba a conseguir con ello? Robarte tu atención, quizá, por un momento. Ese objeto estaba de algún modo conectado a ti. Bajo su peso podía sentirte. La silueta me recordaba a la tuya, sin duda. Nieve, tan frío como la nieve me pareció en ese instante, con tal recuerdo, que lo alejé de mí. Que mi mano no reaccionara a mi orden tampoco me extrañó. Tan atraído hacia mí debía sentirse aquello que guardaba en mi puño como yo me veía hacia ti. Corto sueño el que tuve. Fue tan solo un segundo, el que tarde en dormirme y despertar, pero la sonrisa había vuelto a a mí.

domingo, 22 de enero de 2012

Sin acero

Había sido arrastrado hasta aquel árido páramo mientras estuvo inconsciente. Aún conservaba la cordura, pero no tardaría en perderla. Con torpeza y dificultad, recobró la verticalidad al tiempo que cada hueso se desentumecía, doliéndoles. Miró hacia abajo para comprobar que su armadura seguía en su lugar. Su mirada se desvió a un brazo, luego al otro, como si no esperara encontrarlos ahí. Lo que ya no pasaba por su mente era hallar en ellos su espada, pues hacía tiempo que no sentía el peso del metal en su mano.

lunes, 9 de enero de 2012

Alas

Cuán fuertes deben ser sus alas cuando ni los más sensatos y numerosos brazos le retienen unido al suelo.