jueves, 16 de agosto de 2018

Ese día te noté a mi lado

Supongo que hasta que no crezca un poco más, endurezca sus rasgos y pierda esa risueña cara, me seguirá recordando a ti.

Era su cumpleaños y él pura energía. No cabía en su piel de la emoción, como cualquier niño a la tan corta edad de cuatro años. Ni dejaba al resto, ni paraba él de hablar. Todos disfrutaban de esa brisa de alegría en forma de sonrisa infantil en una familia que siempre ríe, por muy malos que sean los momentos. Y yo lo hacía el doble, porque no podía evitar ver tu mano sobre él. Un niño que no te recordará, que no te amará, que no te llamará tata; pero uno que te tuvo, que te amó y amaste, y al que cambiaste para siempre.

Y tu historia también se desvanecerá, cuando el resto de mentes que la vivieron contigo también se apaguen. Desaparecerá antes siquiera de convertirse en historia, como los recuerdos de ese tierno niño. Una historia de posguerra, hambre y sufrimiento, tan igual a mil otras y tan singular como sólo tú sabías vivirla. Debí vencer a aquéllo que me detuviera a plasmarla en trazos de tinta. A bajar la cabeza ante ti mientras te escuchaba, escribiendo, a ratos entre lágrimas, a ratos entre risas. Escribir y escribir, hasta componer la biografía de una desconocida que nunca nadie leería. Pero no lo hice y aún sigo sin saber por qué. Ojalá pudiera decir que para pasar cada segundo a tu lado, pero no sería cierto. Tú te ibas y yo seguía adelante, por desgracia. Debí entender que algo debía cambiar de ese silogismo y lo único humanamente posible era que yo me detuviese, por mucho que tú te empeñaras en demostrar lo contrario. Tampoco sé si es de lo que más me arrepiento de todo ello fue eso. Pararme a escuchar tus historias, como siempre solía, pero con tinta entre mis dedos, era realmente tentador, pero no sabía si lo correcto. Supongo que nunca lo sabré.

Heme aquí y ahora, a un millar de millas de distancia de casa, usando palabras tan arcaicas como la que abre el párrafo con tal de enmascarar por un segundo que se me nubla la mirada pensando en ti. Porque, preparando el viaje, me he descubierto pensando en ti. A la única persona que ningún vuelo me puede acercar. La única que podría devolver la fuerza a mis entumecidos dedos, aunque sea a través de tan melancólica musa. Por ti he rescatado uno de los tantos escritos que tengo a medias, y aún no sé por qué, ni para qué. Ni si quiera si lo volveré a dejar sin acabar.

Volviendo al niño y su sonrisa, qué lastima que nunca te recordará. No sé si su padre, al que sé de buena mano que tanto marcaste como a mí —como a tantos otros—, le hablará de ti. No sé si yo, desde aquí sin verlo apenas, podré hacerlo tampoco. Espero que sí, que ambos le hablemos, que sepa por qué sonreía cuando era chico, que sepa cómo te revivió por un momento, que sepa de tus paseos de aires inciertos. Porque tu historia no quedará en un libro, me temo.

O quizá sí. Qué demonios, ¿por qué no? Tú ya no tienes voz, pero nunca estuviste sola. Hay un alma por ahí, tan parecida a la tuya, que a veces pienso si fue mentira eso que os dijeron de que sólo sois primas. Ella aún tiene voz, y seguro que no le importará usarla para traerte a la vida.


—Escrito durante mi estancia en Inglaterra, unos cuantos años atrás, y que ahora me decido a publicar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¿Qué te ha parecido el texto?