jueves, 27 de septiembre de 2018

Yo no decido

¿Qué sentido tiene siquiera que me lo plantee? No habrá diferencia alguna. No creo que haya tomado ninguna decisión en toda mi vida. Podría fácilmente elevarme en el aire, ascender hasta cortar aquella aciaga trayectoria y ser el héroe del día. Pero, ¿debería? O, mejor dicho: ¿tendría mérito alguno si me decidiese a hacerlo? Mi tierra me ha dado la capacidad para ello. He entrenado mi habilidad desde que la descubrí, cuando apenas podía aún sostenerme en pie. Ni tan siquiera supondría un reto para mi psique, cuanto menos para mis músculos que no trabajarían más de lo que lo hacen ahora, estando de pie.

Todos los sistemas fallaban, no quedaba duda alguna a poco que atisbaras la multitud de luces rojas que parpadeaban arrítmicamente. Cualquier pasajero lo habría adivinado; para el piloto era más que evidente. Aquel planeta parecía atraerlos como si estuviera sediento de ellos. Toda esperanza se disipó cuando la melodía lumínica cesó. La calma se apoderó de los controles y todo podría haber parecido en orden de no ser por el ensordecedor sonido que aún describía la nave en su caída libre.

Todo se detuvo súbitamente. Él lo había logrado, una vez más. El sonido dejó paso a más blanco silencio. La gravedad a la quietud de la levitación. Quien mirara por uno de los pequeños ventanucos del navío vería a su salvador, suspendido en el aire con un brazo extendido hacia ellos.

Ya ha sido escrito. Y antes imaginado. No he sido yo, sino la pluma sobre el papel quien ha tomado la decisión. ¿Para qué plantearme nada? No hubiera habido diferencia alguna. Nunca jamás tomé una decisión.

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