jueves, 16 de agosto de 2018

El mago que no sabía qué era la Cuarta Pared

Tengo 34 años, pero acabo de nacer.

No, no soy uno de esos bebés que nacen arrugados y se van estirando, rejuveneciendo con el tiempo. Soy un joven, un hombre con más tres décadas de existencia, pero hace unos minutos ni vivía. Quizá como una incipiente idea, gestándose poco a poco hasta dar forma a mi persona. Pero ser, lo que se dice ser, sólo soy desde que la primera frase fue escrita aquí. Ni un segundo antes.

A decir verdad, ésta es sólo una forma simplificada de describirlo. En realidad no acabo de nacer, sino que nací con 34 años. Nací, en pasado, pero sin especificar porque… bueno, porque no me acuerdo la verdad. Pero heme aquí, lanzando mi historia para todo aquel que quiera escucharla, aunque la conozca aún a trozos. Quiero contaros la historia de una vida que nunca fue, salvo en las entendederas de un ser que ni alcanzo a comprender. Tampoco hablé nunca con él, ni lo he visto, ni tengo ninguna prueba física de su existencia. Nunca sabréis con absoluta certeza de que está ahí, haciendo de titiritero de este joven monigote.
                        
Certeza que yo, sin embargo, sí tengo.

Finjamos por un momento que estoy loco de atar, que todo es producto de mi imaginación. Desde luego, podría explicarse con multitud de dolencias de la mente. Creámonos, por un instante, que nací hace algo más de 34 años.

Mi padre fue un prometedor auror del gobierno americano, con un espléndido futuro por delante, hasta que se enamoró de una muggle. Por aquel entonces, en la comunidad mágica estadounidense seguían estando mal vistas las relaciones entre magos y muggles, además de quedar completamente prohibido su unión en matrimonio. Por ello mi padre, por amor, dejó su vida y su carrera y viajó a Inglaterra, de donde era su amante. Se casaron y fruto de su unión nací yo.

Supuestamente.

Decidieron criar a su hijo Archie fuera de la magia, por temor a posibles represalias del gobierno americano, por lo que desde entonces adquirieron un modo de vida muggle. Se asentaron en una pequeña ciudad al sureste de Londres y vivieron felices durante muchos años. Al menos hasta que los fantasmas del pasado alcanzaron el futuro.

No, no se trataba del gobierno americano, el cual seguramente ni se preocupaba un instante por su ex auror — había más paranoia ahí que realidad. El pasado era la magia y el futuro aquel niño, de unos diez años de edad, que seguía sin conocer su existencia. Hasta que a su padre, harto de ocultar su verdadero ser, decidió contarle todo, completamente todo; aunque no se detendría ahí. Quería enseñarle, instruirle por su propia cuenta sin contar con Hogwarts, a ocultas de una persecución que sólo existía en su cabeza. Y puestos a empezar, eligió enseñarle animagia.

¿Animagia a un niño? ¡Eso es ridículo! Se necesitan avanzadísimos conocimientos mágicos para adquirir tal habilidad, menuda tontería… Pero si el señor-que-todo-lo-sabe dice que pasó, pues habrá pasado. En fin. Sigamos.

La animagia había sido una habilidad muy útil durante su corta pero fructífera carrera como auror. Le tenía una estima especial, y quería trasmitir ese legado a su hijo. Para ello, ideó un hechizo que pretendía imbuir en su cerebro toda la base teórica y académica de la que carecía el niño, con el resultado de… el resultado de… Bueno, digamos que no funcionó para nada. La primera vez que lo intentó, eso sí, la cara de su padre se transformó. Al pasar el efecto del hechizo, él lo miraba, [i]me miraba como si viese a un fantasma[/i]. Luego la madre haría lo propio, echándose a sus brazos, sollozante, pero al comprobar aquel niño su reflejo en el espejo, no pudo ver nada extraño en él.

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Expediente 31404JF — Hospital San Mungo de Enfermedades y Heridas Mágicas

Paciente de 10 años hospitalizado tras sufrir el efecto adverso de un hechizo. Tal fue creado y efectuado por su propio padre. Tras el experimento, el niño perdió la consciencia durante un segundo, pero luego se desesperaría desorientado, según relató su padre. Asustado, echó a correr y desapareció. Se alertó a la policía muggle y estuvo una semana en paradero desconocido. Volvió por su propio pie y con síntomas de no recordar nada de lo ocurrido en los últimos siete días.

Se deriva para su estudio psicológico.

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La normalidad volvió poco a poco a sus vidas, aunque el niño seguía sin entender qué es lo que había ido mal. Mostraba cierto interés en la magia ahora, aunque en su casa seguía sin practicarse. Su lado muggle tampoco era inerte: le gustaba la tecnología y siempre quería lo último de lo último, aunque a menudo sus padres no se lo pudiesen costear.

No tardó mucho su padre en querer intentarlo de nuevo, y aunque el muchacho protestó al principio porque suponía que no funcionaría, al final dio su brazo a torcer. La magia comenzaba a llamarle mucho la atención.

Esta vez su padre se transformó delante de él, mostrándole su forma de oso por primera vez. Fue un reclamo que iluminó la cara del niño, tras lo cual el ex auror, recuperando su humanidad y su varita, verbalizó de nuevo su perfeccionado hechizo.

No resultó.

Cuando despertó, estaba solo en el bosque donde solían ir a pasear juntos. No encontraba a su padre, así que decidió volver a su casa. No estaba muy lejos de allí. Antes de llegar, dio con su padre. Exactamente, en el último árbol del bosque, frente a la fachada de su casa, colgando de una soga. El niño entró en pánico y gritó, alertando a su madre que aún no había encontrado el cuerpo. Ella también gritaría, y luego ambos llorarían y para entonces aquel muchacho, el pequeño Archie, creía haber perdido a su padre y a la magia para siempre.

¿O quizá no?

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Expediente 31404JF — Hospital San Mungo de Enfermedades y Heridas Mágicas

El paciente vuelve a ser hospitalizado tras un nuevo incidente, debido a las mismas causas del primero. Esta vez la laguna mental y su desaparición se alargaron a los tres meses. Fue dado por muerto por las autoridades locales tras aparecer parte de sus ropas junto al cauce de un río. El padre se suicidó tras su ausencia, viéndose culpable.

Se desconocen enteramente los efectos a largo plazo que pueda haber adquirido el cerebro del paciente, pero se recomienda encarecidamente su instrucción mágica. Debido a que las causas de sus heridas son de esta naturaleza, conocer la magia le podría ayudar en un futuro. Se seguirá su desarrollo de cerca desde Hogwarts. La enfermería del colegio y San Mungo están dispuestos a colaborar estrechamente para ello.

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Al fin pudo ir a Hogwarts, al fin pudo aprender magia y dar de comer a esa curiosidad tan hambrienta que había ido creando dentro de sí. Lástima que tuviera que dejar sus estudios muggles, porque aquellos también le fascinaban. No poder seguir estudiando sobre tecnología le hizo tomar las clases de Estudios Muggles, para sólo decepcionarse: seguramente sabría mucho más de la materia que el profesor que las impartía.

Archie fue un alumno promedio, aunque destacó en ciertas asignaturas que le permitieron ingresar en la escuela de aurores. Quería, por un sentimiento de culpa que no sabía dónde nacía, seguir los pasos de su padre. Ahí fue donde realmente destacó, pero en última instancia se le prohibió llegar a ejercer como auror. Algo sobre su perfil psicológico o no sé qué.

Cualquier tontería del que escribe, seguro. ¿Qué le va a pasar a mi cabeza? Si soy tan avispado que hasta sé que alguien está escribiendo estas palabras ahora mismo. ¡Meh!

Supuso un gran varapalo para el ya no tan joven Archie. Tanto que se dedicó a viajar por todo el globo, a pesar de las negativas de su madre, sin rumbo fijo ni billete de vuelta. Conoció mil y una culturas, mil y una formas de realizar la magia, pero lo que más le fascinaba, era lo diferente que cada una de ellas trataban a los no mágicos. Tanto que escribió sobre ello, aunque nunca le publicaron aquel ensayo. ¿A quién le iba a interesar tanto la vida de los muggles?

Pues sabía de algunos que quizá sí: los alumnos de Estudios Muggles de Hogwarts. Dumbledore, consciente de su situación y sus conocimientos, no dudó en rellenar aquella plaza vacante en su plantilla. Fueron un par de años tranquilos para Archie, conoció a mucha gente interesante y, aunque no había mucha afluencia en sus clases, con los pocos alumnos que tenía compartía su entusiasmo por la cultura muggle.

Todo aquello terminó de repente con la llegada de los mortífagos. Archie, queriendo no inmiscuirse en la política ni hasta ese punto, decidió en un principio seguir a lo suyo, pero luego los cambios fueron a más y no tardó en no poder aguantar la situación. Un claro ejemplo, lo que hicieron con su asignatura, que más parecía ahora una oda al odio muggle. Siguiendo la senda de otros profesores, Archie pasó al exilio, tratando desde fuera de ayudar en lo posible para restaurar la normalidad en Hogwarts. Para ello, aprovechó una de sus visitas semanales a Hogsmeade, lejos de las miradas de los mortífagos, para huir lejos de Howgarts.

Al poco tiempo, su buen amigo Odiseo contactó con él y le indicó que existía un refugio donde se habían reunido todos los exiliados, tanto alumnos como profesores, para permanecer oculto a los ojos mortífagos. Bajo el amparo de aquel lugar, Odi acabó confesándole que pertenecía a una sociedad secreta llamada la Orden del Fénix, que entre otras cosas pretendía devolver a Hogwarts a su normalidad expulsando a los mortífagos que la dirigen. Ése era el aspecto, al menos, que atraía a Archie; para él la vida social o política no tenía sentido, pero sí que le dolía haberse quedado sin sus clases, sin sus alumnos. Motivación para entrar en la Orden, por tanto, no le faltaba. Ahora sólo necesitaba algo que aportar a ella.

No tardó en tejer un plan, y sólo necesitaba poción multijugos y un buen partido de quidditch para llevarlo a cabo. A través de su infiltración en el encuentro, Archie pudo ponerse en contacto con un selecto grupo de sus más leales exalumnos, con los que concertó una cita para verse clandestinamente en Hogsmeade. Allí Archie les propuso a sus pupilos un plan algo peligroso, pero que sería de mucha ayuda para la Orden: un plan de espionaje en Hogwarts. Los jóvenes cómplices, Danny y Joshua, fueron pasando información sobre el colegio a su exprofesor, el cual usaba ésta para nutrir a la Orden de apoyo logístico. Al menos así fue por un tiempo, porque al cabo de unos meses dejó de tener noticias de Joshua, lo cual hizo preocupar mucho a Archie.

Paralelamente, el exprofesor de Estudios Muggles inició sus estudios como animago gracias a la inestimable ayuda de Steven en el refugio y de su… llamémosle amigo Laith para el tema de la poción tan complicada que debía elaborar. Su suerte de obsesión por el búho de aquel film muggle llegó hasta el punto de no sólo poseer uno como mascota, no sólo materializarse en forma de su patronus, sino que también constituyó su forma como animago. Una forma, además, bastante práctica a la hora de pasar desapercibido. Aún está lejos de dominar la animagia completamente, pero poco a poco va consiguiendo avances. Eso mantiene ocupada su mente más allá de los problemas concernientes a su situación en particular y a la situación de la sociedad mágica en general.

Archie ha mostrado su apoyo a la Orden del Fénix desde que entró en ella, ayudando en todo lo posible a hacer más llevadera la malograda situación de tantos fugitivos. Pero por mucho que conviva con el dolor que el nuevo régimen genera, nunca llegará a simpatizar con ese grupo de fugitivos que busca sembrar el caos a través del terrorismo. Nunca podrá justificar esos medios, por muy altos que sean sus fines. El cambio debe nacer desde la bondad y la paz, no a través de la guerra. El terror debe quedar sólo del lado de los mortífagos.

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