jueves, 1 de diciembre de 2011

Piedras pateadas, piedras recogidas

Cada dos pasos pateaba una pequeña piedra. No lo hacía con destreza, pues tenía ambas manos en sendos bolsillos, pero sí con rabia. Pateaba y pateaba, sin preocuparse en mirar hacia arriba, en observar hacia donde caminaba.

Al otro lado del paisaje, alguien se dirigía hacia él. Alguien tan cegado en su empeño que tampoco se cuidaba de ir viendo por donde iba. Cada para de pasos, se agachaba y recogía una pequeña piedra, poniéndola en su regazo. No escogía las bonitas, ni las brillantes o raras. Simplemente recogía la que se le antojaba y siempre con aquella sonrisa en la boca, como si en vez de piedras llevara pepitas de oro sobre ella.

Y lo inevitable sucedió. Como en los macabros problemas matemáticos de choques de trenes, la rígida cabeza de aquel airado muchacho golpeó la frente de la joven. Él levantó la mirada, ella agachó la suya, viendo como toda la recolecta iba a parar al piso. La sonrisa se esfumaba mientras elevaba su rostro, mirando a los encendidos ojos del muchacho. La ira de éste también se había esfumado. Sólo quedaba tristeza en él: había visto desaparecer la más hermosa sonrisa que sus jóvenes ojos habían alcanzado a ver.

La muchacha olvidó su pequeño tesoro y, preocupada, continuó mirando a las pupilas de él, viendo como el fuego se extinguía y la pena lo sustituía. Supo que debía ser ella quien arreglara aquel entuerto, que él no daría el primer paso. Así que, sin el menor esfuerzo, hizo aparecer de nuevo su radiante sonrisa. Los ojos de aquel chico se encendieron de nuevo. Sin saber porqué, imitó el gesto de ella, devolviéndole la sonrisa.

Él olvidó que hacía allí, ella fingió no recordar tampoco. La sonrisa de él iluminaba los ojos de ella, pero la de ella... la de ella lo irradiaba por completo y saciaba su interior. Ya no hubo más ira, ni más piedras que patear. Ya no hubo más gestos torcidos, más vacua marcha, más lágrimas furtivas. No hubo más noches de soledad, ni más viajes aburridos. No hubo más frío, ni más sed ni hambre tampoco. No hubo nada más, salvo su sonrisa. Salvo su sonrisa.

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