miércoles, 30 de noviembre de 2011

Voces de una historia

Si aquel día, después de caer la noche, alguien se hubiera arrastrado furtivamente a aquella cabaña. Si hubiera dejado tras de sí el lúgubre páramo que la rodeaba guiado por la tenue luz de la bóveda celeste. Si alguien hubiera mirado a través de los resquicios de la vieja madera. A través del empolvado y desgastado cristal de las numerosas y pequeñas ventanas. Si hubiera mirado hacia el sombrío interior, entre aquellas paredes, habría podido observar, a la escasa luz de aquella pequeña vela, un rostro indeciso. Habría observado también como sujetaba, casi con hastío, una pluma impregnada en demasiada tinta, que goteaba sobre la parca mesa. Habría podido contemplar incluso, si hubiera sido cauteloso, que lo ojos de aquel rostro miraban, sin ver nada.

Pero nadie se había atrevido a cruzar aquel angosto páramo. Nadie se dejó guiar por las estrellas hasta aquel inhóspito lugar. Nadie estaba allí para presenciar el comienzo del final de aquella historia. Nadie sería testigo de aquel, para muchos, irrisorio momento.

La duda lo asaltó, golpeando con fiereza su voluntad. No había nada. Nada llegaba a su mente, que permanecía tan nívea como el trozo de papel que esperaba frente a él. Ni un sólo recuerdo que volcar. Nada.

Al fin oyó la voces de su cabeza discutir. Sonriendo para sí, apoyó la punta de su pluma en su particular lienzo vital, trazando la primera de sus últimas palabras.

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