jueves, 24 de mayo de 2012

Relativo y subjetivo tiempo

El tiempo es una creación de la conciencia, tan relativo como subjetivo. Marcamos qué es el día, qué la noche, cuándo ir a dormir y cuándo despertar. Creamos las semanas, los meses, para poder marcar los cambios en las mareas, las fases de la luna. Delimitamos horas, minutos, segundos, para poder medir el latido del corazón. Pero a veces confundimos conceptos, olvidándonos de esa escala que colocamos tiempo atrás sobre nuestra psique. Los días parecen horas, las semanas años y las horas segundos. Y, entre aquellas viejas paredes que rechinaban bajo la humedad, bajo aquel techo sobre el que se componía la sinfonía de la lluvia, cada latido de su trepidante corazón, se hacía tan largo como una noche de invierno.

Bajo las yemas de sus dedos, rugosas por la humedad, pudo por un instante, un instante eterno, notar como la sangre fluía por los vasos de su muñeca. Ríos calmados se tornaron turbulentos bajo el tosco toque de los dedos del muchacho. Y éste, durante el corto y eterno momento que sostuvo su antebrazo, observó sus ojos, viendo como su verdor se restringía con el dilatar de las pupilas. Por un corto segundo, efímero como un eclipse, mas eterno, ambos se observaron fijamente, clavando sus agrandadas pupilas sobre las próximas, notando el candor de la piel mutua bajo la suya.

Pero la prudencia y el pudor, viles asesino de aquellos íntimos momentos, acabaron con la elongación del tiempo en aquel pequeño y concreto espacio. Acabaron con los pulsos acelerados y las dilatadas miradas. Terminaron con el silencio del viento y del agua, y con el ruido de sus pensamientos.

El rubor de la fina piel de ella elevó más aún el suyo propio, y aunque ni la casi ausente iluminación, ni su bruna tez iban a mostrar tal debilidad, él bajó la mirada por enésima vez, dejándose llevar por sus pensamientos tras las escuetas palabras de la joven.

— ¿Qué cojones me pasa? Ni que fuera tu primera velada a solas con una mujer. — se regañó, para sus adentros.

Y es que, falsa modestia a parte, el sexo opuesto nunca había supuesto mayor problema para el joven él. Y no había sido así porque tampoco había supuesto todo lo contrario. Sus experiencias, sus vivencias, se habían limitado al vano y superficial disfrute, sin que se implicara lo más mínimo con nadie. Nunca. Pero, por alguna extraña razón, aquella noche había sido arrastrado hacia la más profunda complicidad, confundiéndole hasta la médula. Su enigmática huida y su misteriosa historia, sus ojos que parecían ocultar historias para muchas veladas, su sonrisa, la más sincera que creía haber visto nunca. No sabía qué en concreto lo había llevado a aquella desorientadora situación, pero todo el conjunto lo abrumaba.

Se sorprendió pensando en ella, como si estuviese en otro lugar, lejos de allí, recordándola. Imaginaba su sonrojada tez, su mirada esquiva bajo sus níveos cabellos. Se recordaba a sí mismo sonriendo mientras la observaba. La imaginaba riendo, mirándole fijamente. Tan ensimismado quedó, que ni el mínimo caso hizo a la pregunta que ella formuló, aunque ésta la trajo de nuevo allí, al presente.

— Pero si está aquí, imbécil. — pensó. — Está aquí...

Todo ocurrió muy rápido. Habría jurado no ser dueño de sí tras percatarse que realmente estaba frente a él, sonriéndole. Porque aquello que hizo suponía un juego tantas otras veces, pero se negaba a pensar que fuera otro de tantos divertimentos. Fuera de sí, observándose casi desde su coronilla, se inclinó con pasmosa rapidez. Y, en un instante tan corto como eterno, besó los cálidos labios de ella, con tal dulzura que no pudo evitar cerrar sus ojos y, durante el estrecho e interminable tiempo de un latir de su corazón, se dejó llevar. Pero su mente volvió en sí y, en una desmesurada reacción inversa, se empujó a sí mismo hacia atrás, arrasando con lo que a sus espaldas se encontrara.

— Eso ha estado fuera de lugar. — confesó, con voz entrecortada, mientras se llevaba dos dedos a sus labios. "¿Ha sido real", pensó. — Pasaré la noche aquí, sí, pero será mejor que espere al alba fuera. — continuó, sin dejar hablar. Parecía haberse percatado al fin de la pregunta de ella. — Creo que ha dejado de llover. — mintió.

Sin esperar reacción alguna, se irguió y dio la espalda a la joven que seguía sobre su asiento. En un par de zancadas cruzó la estancia, abriendo la puerta con brusquedad. Salió con la misma premura que guiaba su excitación y, bajo el primer árbol que encontró, se sentó, tratando de resguardarse de la lluvia que, lejos de cesar, parecía más intensa a cada instante. Tan intensa como cada vivencia de aquella inusual noche.

Ni el frío ni la lluvia calmó la estampida de su corazón. Una casi demente sonrisa se dibujó en su rostro, reviviendo lo que acababa de hacer, pero jamás juraría haber hecho.


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Extracto de una historia conjunta. Para leer más y conocer el contexto: "Cabellos húmedos; entre ellos brilla el ámbar, dulce como el incienso."

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