viernes, 10 de agosto de 2012

Tambor incansable

Arriadas las velas, la nave bajó sus remos y el tambor comenzó a sonar. Sobre la cabeza del capitán del navío se dibujaba una tormenta, tan imposible de esquivar que decidió cruzar. “El ojo de la tormenta, allí habrá paz”, reflexionó y el repiqueteo del tambor así obedeció. El mar se agitaba con la tempestad pero las palas lo cortaban con bravura igual. El tambor sonaba con mayor presura a las órdenes del capitán. La embarcación se adentró en la tormenta, el ritmo del tambor seguía creciendo, conforme la oscuridad aumentaba a la par. Los vientos se volvieron tan violentos que a punto estuvieron de zozobrar, pero el incansable tambor y los remos que al unísono se movían capearon el temporal.

Cruzada ya la zona de mayor fiereza, que había besado la proa con fuerza, seguían buscando el centro de la tormenta. El tambor sonaba aún ligero, presto a cualquier otro brusco cambio del tiempo. Surcaban las bravas olas, cortaban el turbulento mar, pero no lograban encontrar el ojo de aquella demente tempestad. Ni tan siquiera alcanzaban a vislumbrar el final de tan agónica huida.

El tambor seguía su ritmo incansable. Los brazos del tamborilero podrían seguir así hasta el alba mas, ¿cuánto podría aguantar el pellejo que vibraba tras cada golpe? ¿Cuánto aguantarían las dos docenas de almas que movían los largos remos bajo la tempestad? Ni centro ni fin de la tormenta se atisbaban, pero el tambor no dejaba de sonar.

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