domingo, 19 de febrero de 2012

Me había levantado tarde aquella mañana

Me había levantado tarde esa mañana. Quedaré luego, ahora toca dormir, me repetía. Con aquel escudo de telas sobre mi cabeza, el tiempo voló. El despertador no dejaba de sonar, pero en mi refugio nada se oía. Único era el sonido acompasado de mi respiración mientras pretendía hacer ver que dormía. Beso aquello que entre mis manos sostengo, eso que tenía junto a mí cuando Morfeo me acogió entre sus brazos. Que tan lejos me transportaba aquel minúsculo objeto, sólo yo podía saberlo. No hacia falta mirarlo, sólo recorrerlo entre mis dedos, para poder verlo en mi mente con todo detalle. Tuve que alejarlo de mí para evitar volver a besarlo. ¿Qué iba a conseguir con ello? Robarte tu atención, quizá, por un momento. Ese objeto estaba de algún modo conectado a ti. Bajo su peso podía sentirte. La silueta me recordaba a la tuya, sin duda. Nieve, tan frío como la nieve me pareció en ese instante, con tal recuerdo, que lo alejé de mí. Que mi mano no reaccionara a mi orden tampoco me extrañó. Tan atraído hacia mí debía sentirse aquello que guardaba en mi puño como yo me veía hacia ti. Corto sueño el que tuve. Fue tan solo un segundo, el que tarde en dormirme y despertar, pero la sonrisa había vuelto a a mí.

Me había levantado tarde, tardísimo esa mañana. Quedaré luego, me seguía repitiendo. Con gran esfuerzo y de un solo golpe, me descubrí. Aquella brisa matutina caló en mis huesos de inmediato, estremeciéndome sobre la cama. Lejana quedaba atrás esa mañana en que de tus dedos recibí el segundo objeto que me miraba sobre la mesa, llamándome. Noche larga, triste y lluviosa, tan oscura como tu mirada, había precedido a tan alegre mañana. En plena madrugada, volvía a soñar contigo una y otra vez. Tierras y mares nos separaban y separarán, pero te sentía junto a mí cada vez que te dibujaba en mi mente. Más aún cuando soñaba contigo, que pocas veces me concedía tal privilegio. Cálidas eran tus palabras, aunque ninguna de ellas entendiera. Tan dulce tu voz, pero que nada decía. Efímera era tu sonrisa. Y qué sonrisa. Bella y radiante, las pocas veces que la hice despertar. Como aquel día tan lejano en esa escalera en penumbras. Ella, porque mujer debía ser, me seguía observando desde la mesa, clamando mi atención. Sola la volví a dejar, cubriéndome de nuevo con mi caparazón de sábanas y mantas.

Me había levantado tarde aquella mañana. Quedaré luego, me mentía a mí mismo. Con esfuerzo sobrehumano me erguí y todo dio vueltas en mi cabeza. Esa sensación no era para nada novedosa. Calle arriba, en aquella esquina, era lo único que podía sentir. Repleta de agitación, mi mente se calmó poco a poco. De encima de la mesa, aquel objeto volvió a mirarme y yo no quise devolverle la ojeada. Gente que se creyera cuerda podría haber enloquecido con la mirada de aquello. Por mi parte, mi locura era ya un hecho, por lo que podía seguir ignorándolo, al menos un rato más. La habitación dejó de moverse en mis ojos y me decidí a posar los pies en el frío suelo. Que estuviera helado fue algo que agradecí. Sólo algo así podría acabar de despejarme. Nosotros, el objeto de mi mano que me recordaba a ti y yo, por fin estábamos de vuelta al mundo. Caminábamos aún con torpeza, pero la verticalidad que caracteriza a todo hombre había sido recobrada.

Me había despertado temprano, pero levantado tardísimo. Quedaré más tarde, nada cambiará. Con no poco esfuerzo, al fin estaba en pie. Aquel objeto de mi mano pensaba más que mi cuerpo entero, y al fin reuní las fuerzas para dejarlo junto al otro, en la mesa. Primer hito de la mañana completado con éxito. Beso, recuerdo el beso que hace unos minutos le di, mirándolo, y no puedo evitar reírme. Tan ridículo había sido ese gesto que me avergonzaba profundamente de mí mismo. Furtivo pensamiento éste, pues no tardó en alcanzarme, de nuevo, e hastío. Como por encima de mi voluntad, mi mano asió las cortinas, retirándolas. Inesperado fue el brillo del sol sobre mi cara, ya casi en su cenit.  

Me había levantado tan tarde aquella mañana que ya tenía sobre mí el mediodía. Quedaré más tarde, me seguía repitiendo, aunque poco de mañana restase ya. Con más sueño de lo normal, me dirigí al baño. Las pupilas, a través del espejo, se me antojaban dilatadas, aunque quizá se vieran así por las ojeras que las rodeaban. Risas habrían despertado en la calle, en el preciso instante que alguien me viera aquella desaliñada cara. Y no sin razón. Bromas habrían despertado mis despeinados cabellos y aquellos ojos que parecían sin vida. Mientras dejaba calentar el agua, miré de soslayo, a través del pasillo a aquel objeto que seguía mirándome. Nos miramos por un segundo, pero no pude soportar mucho sus inquietantes ojos y hundí mi cara en el agua. Perdíamos el tiempo con aquel duelo de miradas, nada podría batir la suya. Por un momento me olvidé de lo que me rodeaba. La cálida agua me reconfortó y despejó al instante, tanto que me sentí inesperadamente listo al instante. Ciudad fría me esperaba fuera, duro día y dura vida.

Me había levantado tarde, tardísimo aquella mañana. Quedaré más tarde, me había dicho, pero nadie llegó, ni siquiera yo. Tanto ese alguien que nunca apareció, comenzamos al fin e día.

Todo eso me guardaré. El resto, el resto irá al olvido, de donde nunca debió salir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¿Qué te ha parecido el texto?