lunes, 12 de diciembre de 2011

Érase una vez un hombre que eran dos

Érase una vez un hombre que eran dos. Un hombre que sólo podía amar y que no sabía hacer más nada que odiar. Un tipo alegre y eternamente deprimido, atento y despreocupado, afable e irascible. Solía escribir odas al amor y buscar el placer bajo decenas de faldas. Echaba de menos y buscaba la soledad, dormía tras el ocaso y vivía en la noche. Plantaba y talaba, construía y derruía. Imaginaba noches en vela de abrazos eternos y fantaseaba con la excitación de cada rostro nuevo. Soñaba despierto y siempre dormía. Se dejaba llevar, remando contra corriente. Vivía por vivir, moría por matar. Añoraba cada recuerdo y no echaba jamás la vista atrás. Apostaba por su buen sino y no dejaba nada al azar. Afrentaba y conciliaba, aprendía y olvidaba.

Érase una vez un hombre que era uno. No sé si amaba u odiaba. Si reía o lloraba. Si vivía o moría, ni si una vez supo o nunca olvidó. Sólo sé que me miraba, fijamente, escudriñando mi alma desde el otro lado del espejo.

Y ahora no sé si soy yo o él quien sonríe, si es el mío o su reflejo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¿Qué te ha parecido el texto?